Desde Quito, capital de Ecuador, surge la leyenda de la Campana de Mojanda. De acuerdo con los relatos más populares, en Otavelo se construiría una nueva catedral para evangelizar a los indios. Sin embargo, el tamaño del artefacto era tal que fueron necesarios dos caballos para cargarla. Sumado a esto, los caminos de aquella época eran muy difíciles de transitar. Así que este retrasó la creación del campanario. Por si fuera poco, los animales debían descansar en cada cuesta para lograr subir con la pesadísima campana. Parecía que la iglesia estaba destinada a quedarse sin campana.
La Campana de Mojanda cae a la laguna
El hombre a cargo de las bestias de carga nunca pensó que la Campana de Mojanda caería a las profundidades del agua esa noche. Ahí estaba el trabajador con sus dos caballos, a mitad de la noche, cuando comenzó a llover. El lodo que se formaba en el suelo era pegajoso y complicaba el andar de los animales. No pasó mucho tiempo antes de que las bestias sucumbieran en una cuesta, la campana salió rodando. Cerca de ahí se encontraba la laguna de Mojanda, lugar a donde fue a dar la monumental campana. El pobre trabajador contempló como el objeto de metal se hundía y resonaba a causa del movimiento del agua.
Si bien se consiguió otra campana para el templo de Otavelo, en la actualidad sigue siendo famosa la Campana de Mojanda. De acuerdo con los habitantes de lugar, a la media noche, cuando no hay más ruido que el de los grillos, se escucha redoblar una campana. Pero no se trata de aquella que remata el campanario y llama a misa todos los domingos, sino de la que yace en la laguna. Los movimientos del agua hacen sonar la campana, como si una fuerza fantasmagórica la moviera.