El mito prehispánico de la Muerte en México

Hacemos un repaso histórico sobre los mitos de la Muerte en el México prehispánico y cómo influye en las tradiciones que llegan al día de hoy.

Mito prehispánico de México

La fiesta de los muertos, quizá esta sea la festividad más exuberante de la cultura mexicana. Admirado y visto con intriga por los extranjeros, el Día de Muertos nos resulta tan alegre y vívido, con sus colores brillantes en las flores, los altares y las calaveras azucaradas que comen los niños. Pero, ¿por qué festejamos este día? ¿Qué hay detrás del Día de los Muertos?

Sin dejarnos llevar por los estereotipos, puedo asegurar que México es un país que no puede concebirse sin sus fiestas, el mexicano tiene la necesidad cultural, y por ende inconsciente, de celebrar todo aspecto de su vida: festeja los éxitos, los fracasos, los fines de semana, los días patrios y también fechas extranjeras, festeja los nacimientos y festeja la muerte.

El Mito del Día de Los Muertos

En primer lugar, la fiesta del Día de Muertos es una tradición y una práctica cultural, sin embargo, existe un mito que aún palpita detrás de los altares mortuorios y los festejos: el mito prehispánico de la muerte. Las culturas precolombinas poseían una visión muy particular de la vida ultraterrenal, una visión fantástica tratando de enseñarnos que la vida fluye en una constante regeneración de las cosas, de la cual no pueden escapar ni siquiera los dioses ―tal fue el caso de Xólotl―, y menos nosotros.

Antes de comenzar a narrar el mito, hay que entender una sola cosa: el mito prehispánico de la muerte comienza con la cosmovisión de estas culturas. En el mundo náhuatl, la tierra era un plano meridional que dividía al universo en una suerte de hemisferios cósmicos: los planos celestes, 13 en total, que culminaban en el Omeyocán; y su contraparte, los nueve planos del inframundo, siendo el Mictlán el último de ellos.

De este modo, tenemos que la gente del tiempo prehispánico creía en la posibilidad de ir a cuatro mundos sobrenaturales, luego de muertos y dependiendo del tipo de muerte sufrida. Así pues, aquellos que morían ahogados o víctimas de un fenómeno meteorológico ―rayos, inundaciones, etc. ―, por fuerza terminarían en el Tlálocan, morada de Tláloc. Si se moría en actividades de guerra, se tenía el privilegio de una morada en el mismo Omeyocán, según se pensaba.

Sin duda, son los destinos que faltan por mencionar, los más fantásticos e interesantes para nosotros. Aquellos que morían siendo niños muy pequeños iban a parar al Chichihuacuauhco, lugar donde se encontraba un árbol que goteaba leche, del cual se nutrían los desventurados niños. En cuanto al último páramo, el Mictlán era el destino para todos los que morían de muerte natural, es decir, el gran grueso de la población.

Pero llegar al Mictlán no era tarea fácil, los hombres antiguos creían que a los difuntos les esperaba una ardua travesía de cuatro años, con altas posibilidades de extraviarse y vagar entre los inframundos. Para evitar ese trágico final, solían enterrar a los muertos con una figurilla del perro Xoloitzcuintle, advocación del dios Xólotl que guiaba a las almas. Si los familiares occisos lograban alcanzar su destino, llevaban ofrendas especiales para el señor Mictlantecuhtli, deidad de las profundidades.

Día de Muertos

Fiesta de Muertos, Fiesta de Vivos

Como parte de las fiestas dedicadas a la agricultura, durante el mes de agosto, coincidiendo con la cosecha del frijol y el maíz, se realizaban sacrificios y numerosas fiestas. Como complemento de estas ceremonias, los jóvenes solían colgar de un árbol, un bulto que simulaba a un difunto; y ataviados con plumas coloridas, bailaban y cantaban alrededor del cuerpo falso.

Aquellos rituales del mundo mexica son el ancestro del actual Día de Muertos, en tales tiempos ya se creía que las fiestas celebradas eran capaces de atraer a los familiares, quienes dejaban el Mictlán y se reunían con la familia. A partir de ese pensamiento, se erigió el complejo ritual de nuestros días, con sus flores de cempasúchil, panes de anís, veladoras y calaveritas de caramelo.

Puedo asegurar que la fama del Día de Muertos se debe, por una parte, a la desconcertante celebración de la muerte a través de la fiesta; y por otra parte, a la creencia de que los difuntos pueden regresar con nosotros por un día. Sobre esto último, según algunas opiniones, el rencuentro entre vivos y muertos es una metáfora de la familia que se reúne, superando los problemas de la vida contemporánea, para recordar a los que ya no están. Y es que, al final, solo muere quien ya no es recordado.

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